Soltar los amarres imaginarios de la palabra
Jacques Lacan nos dice en “Televisión” que la cura es una demanda que parte de la voz del sufriente, de alguien que sufre de su cuerpo o de su pensamiento1. Subrayo que se trata de alguien que sufre de su cuerpo o de su pensamiento, es decir del sujeto. Se trata de una clínica del sujeto y esa es la dimensión ética de la experiencia analítica.
Desde esta dimensión ética, J.A. Miller nos dirá en “Patología de la ética”: “El psicoanalista, como tal, se dirige al sujeto de derecho, siempre al sujeto, ético y de derecho. Puede tratar todas las enfermedades mentales siempre que exista el sujeto ético y de derecho, un sujeto que pueda responder”2. Nuestra brújula estará orientada por la producción del sujeto, a lo que se referirá Lacan en su famosa frase: “De nuestra posición de sujeto somos siempre responsables”3.
Por otro lado, el sujeto en psicoanálisis no surge a partir de la afirmación de “yo soy”, sino a partir de una pregunta, de la posibilidad de producir una división subjetiva. “Lo que me constituye como sujeto es mi pregunta”, nos dirá Lacan en Función y Campo de la palabra4.
La palabra vacía es la manera en que uno habla de sí mismo preocupándose por la imagen que uno da de sí mismo al otro en el momento en que habla. Se trata de la dimensión narcisística de la palabra, que Lacan sitúa en el eje imaginario (a…a´).
Lacan no condena el narcisismo, él le da un lugar central en la constitución del sujeto sobre todo en el estadio del espejo. Él muestra el estadio del espejo como un momento fundador para el niño porque le permite por primera vez aprehenderse separado del cuerpo de la madre. Pero la tesis de Lacan es que la palabra en análisis debe permitir franquear esa barrera narcisística.
Lacan habla de la experiencia de extrañeza o de sorpresa sobre sí mismo cuando el sujeto descubre lo extraño de su propio ser (L’Unheimlich) a partir del franqueamiento de esa barrera imaginaria de la relación del sujeto con la palabra. Gracias a la transferencia, el analista está allí en el lugar de A (Otro), no para encarnar un alter ego, sino un lugar de la palabra, un lugar que tiene un carácter simbólico. El silencio del analista permite hacer callar el despliegue de la palabra vacía, de franquear esa barrera imaginaria. Lacan pone el acento en la formación del analista para que no haga obstáculo al inconsciente, porque consideraba que el psicoanálisis había perdido el hilo conductor, la relación al inconsciente.
El inconsciente está allí en la estructura del sujeto, pero no va de suyo, hay que producirlo. Esta no es una cuestión solamente teórica, es también la experiencia del análisis que se traza, en sus comienzos, de lo imaginario a lo simbólico.
Lacan entiende por imaginario el discurso corriente que podemos llamar “la realidad” del yo y evacúa de la experiencia analítica la referencia a la realidad. Define el camino de un análisis como un camino que es del orden de una relación a la verdad. Desde esta perspectiva podríamos decir que no toda demanda de análisis a partir de un malestar o un síntoma cualquiera significa que el mismo sea un síntoma analítico. Hace fata un tiempo, siempre variable, para producir el sujeto y el síntoma analítico, la perspectiva que se abre para alguien en la medida de que el síntoma quiere decir algo, lo que permite que entre en el lazo con el Otro.
La experiencia de un análisis es una invitación a emprender un camino que no sabemos adónde nos llevará. Se empieza hablando desde el yo y no podemos deshacernos de todo el goce narcisista. La A mayúscula, ese gran Otro, designa que el analista se interesa en la palabra del analizante, desde la perspectiva del significante, no tanto de la historia que se cuenta. Esa cadena de significantes se despliega y puede producir una significación inesperada. El analista interpreta para señalar el camino que no es del orden de lo imaginario, intentando hacer emerger el inconsciente.
Eso supone que hay que consentir, como dice Lacan a soltar los amarres de la palabra en su dimensión imaginaria y dejarse sorprender. Se trata de un consentimiento al no saber. A la vez que pensamos que vamos a descubrir el hilo conductor de la palabra, consentimos a no saber lo que vamos a decir. Aquí encontramos una dificultad en la contemporaneidad caracterizada por identificaciones imaginarias de todo tipo, lo que hace que el paisaje de la civilización esté dominado por la diversidad y no por la diferencia5.
A finales de los años 60, Lacan define esta relación al no saber de la palabra como el sentido mismo del descubrimiento del inconsciente. El analizante comienza hablando de lo que sabe, pero una vez que ha dicho lo que sabe se da cuenta de que no es suficiente para esclarecer el enigma del sufrimiento, a desanudar el síntoma, a descifrar la verdad.
Un segundo momento del análisis tiene que ver con la repetición y la dimensión del goce, pero ese es otro tema que exigiría un nuevo desarrollo.
Santiago Castellanos es AME. Miembro de la ELP y la AMP.
Notas:
- Lacan, Jacques. “Televisión”. Otros Escritos. Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 538. ↑
- Miller, Jacques-Alain. Elucidación de Lacan. “Patología de la ética”. Paidós, Buenos Aires, p. 345. ↑
- Lacan, Jacques. “La Ciencia y la verdad”, Escritos 2. Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1988, p. 837. ↑
- Lacan, Jacques. “Función y Campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, Escritos 1. Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1971, p. 288. ↑
- Fernández Blanco, Manuel., «El lenguaje del yo en la modernidad», ¿Soy lo que digo que soy? RBA, Barcelona 2024, p. 38. ↑