Paralelismos y contrapuntos
Por azar llegó a mí un curioso sermón que el Reverendo C.H. Spurgeon dio el 22 de mayo de 1879 en la Metropolitan Tabernacle Newington, una iglesia baptista reformista situada en Elephant and Castle, Londres. Spurgeon sirvió en ella durante 38 años hasta su muerte en 1892. Sus predicamentos fueron célebres por la fuerza de su enunciación y su perfecta oratoria. El que atrajo mi atención y me detuvo en su lectura se titula “La mano seca”, en referencia a un pasaje bíblico citado en todos los Evangelios. Spurgeon lo extrae de Mateo, 12:10,13, y dice así:
“Mirad, había un hombre que tenía una mano seca. Entonces Él le dijo al hombre: estira tu mano hacia adelante. Y él estiró su mano hacia adelante, y le fue restituida enteramente, como la otra”. Jesús obró este milagro en el interior de la sinagoga, un sábado, cuando está prohibida toda acción, incluso la de curar.
A partir de esta breve parábola, la maestría de Spurgeon le permite desplegar un análisis lingüístico de gran finura. Se detiene en primer lugar en la palabra “mirad”. Reflexiona sobre el hecho de que entre todos los que allí se encontraban, Jesús se detuvo ante el hombre de la mano seca, y no tuvo interés en los demás asistentes porque no se mostraban necesitados. Esa palabra está puesta en el texto sagrado para destacar la relación especial que se establece entre aquél que está marcado por una falta y el Dios que va en su búsqueda. En la experiencia analítica, donde el Otro del sujeto no es para nada un dios, se instaura no obstante un vínculo único, de características particulares que obedecen a la dinámica transferencial. Cuando Jesús entra en la sinagoga, sabe que allí hay muchos hombres ciegos que no quieren ver y creen que ven, muchos hombres que consideran que sus manos son fuertes y sin embargo son débiles aunque ellos no se den cuenta. Esos no interesan a Jesús. Él se dirige a quien no solo tiene un síntoma, sino que está dispuesto a ser librado de esa carga. Spurgeon señala esto con gran elocuencia. No todos quieres ser aliviados, no todos quieren ser curados, no todos tienen fe. “Lo peor de muchas personas que no se han convertido es que no quieren ser curadas, no quieren su restablecimiento. La mayoría no quiere ser salvada”. Conocemos eso. Conocemos ese más allá del principio del placer, ese masoquismo originario que encontramos en el inconsciente. El analista no es un predicador, ni promete salvación alguna, pero pide algo a la entrada. Spurgeon escribe: “Estirar la mano fue por completo un acto de fe y no un acto de sentido. Más aún, fue un acto de decisión”.
La fe es anterior al milagro, como lo es en la relación analítica, donde la creencia en el síntoma, esto es, la creencia que el síntoma quiere decir algo, es previa a toda demostración. La asociación libre, que no es para nada libre, depende del punto de partida que convoca un cierto grado de fe. “Debes creer” es una orden implícita, no pronunciada, sin la cual no se inicia el juego. Jesús se dirige a nosotros demandando que renunciemos al pecado. No todos están dispuestos a seguirlo, si ese es el precio de la salvación. El reverendo es muy claro al respecto. Sabe que muchos hombres se resisten a abandonar su satisfacción en aras de una promesa que se les antoja sin avales. Ese Dios, como el analista, invita a una apuesta que, en efecto, carece de garantías. Algunos van a aceptar esa apuesta. El analista, en los preliminares de un análisis, calibra hasta qué punto el sujeto va a producir una pérdida, un anticipo de lo que será el movimiento de separación que habrá de resolver el juego transferencial en la culminación de la experiencia.
Si este sermón vino a mí de forma azarosa, la importancia del texto bíblico como referente en la obra de Lacan no lo es. Hay allí un saber sobre el inconsciente análogo al que Freud le adjudica al poeta. La Biblia podría ser uno de los libros que un analista tuviese en el cajón de su mesa…
Gustavo Dessal es miembro de la ELP y AMP.