Lo identitario, obstáculo al inconsciente

La pandemia, por COVID-19, especialmente el periodo de confinamiento, fue un tiempo de reclusión y de refugio en el ámbito familiar, donde quedó suspendido o rebajado, para la infancia y la adolescencia, lo social y lo escolar; ámbitos fundamentales donde se desempeñan distintas funciones y responsabilidades y, por tanto, puede presentificarse para el sujeto una mayor exigencia del Otro.

Una vez que se fueron abriendo, tras el periodo de confinamiento, los ámbitos de lo social y lo escolar, una parte de los niños y adolescentes mostraban escaso interés, o incluso rechazo, a salir del domicilio familiar; algo parecido ocurrió con la vuelta al ámbito escolar.

¿Estaba ofreciendo el confinamiento a los niños y adolescentes una “protección” más allá de la estrictamente sanitaria?

¿Qué ocurrió en la postpandemia en la Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil (USMI-J) donde trabajo? En muy poco tiempo, a modo casi epidémico, nuestro Hospital de Día (HD) se llenó de adolescentes, en su mayoría mujeres, que compartían una serie de características: describían sus malestares como si los hubieran leído, sin atisbo de división subjetiva, declaraban presentar una determinada patología y demandaban recibir el correspondiente diagnóstico, referían múltiples y cambiantes malestares, solicitaban psicofármacos y hacían un uso excesivo de ellos, si enfermería intentaba aminorar un malestar del que se quejaban, la intervención resultaba dificultosa e ineficaz y con frecuencia demandaban ser ingresados en hospitalización completa o, al menos, en régimen de HD.

Se trataba de pacientes que intentaban “asumir el rol de enfermo”, como se decía en la USMI-J, o que “estaban todo el día; yo soy, yo soy, yo soy…”.

Estos pacientes acudían a nuestro HD como un refugio en el que buscaban fundamentalmente tres cosas: un lugar, cuidados y una identidad.

Lacan diferenciaba la dimensión del inconsciente del reconocimiento del yo: “El inconsciente escapa por completo al círculo de certidumbres mediante las cuales el hombre se reconoce como yo”1.

La identidad no es un concepto psicoanalítico porque “la existencia del inconsciente supone la negación de todo principio de identidad, y desvela que el yo es una ilusión que intenta negar el verdadero estatuto del sujeto, que no es otro que su división”2.

El yo, definido por Lacan como “sede de la ilusión” y “función de desconocimiento”3, sin embargo, cree ser dueño de sus actos, de lo que dice, transparente para sí mismo y pretende hoy crearse a sí mismo, encarnando el ideal empresarial del self-made man. El culto al yo de nuestra época promueve el empuje a lo identitario y cortocircuita el acceso a la dimensión del inconsciente. Lo identitario hoy intenta taponar la falta constitutiva del sujeto, el encuentro con la castración y constituye un “refugio” frente a la intemperie de la división subjetiva y del vacío que la habita

En la época de la posverdad y las fake news la palabra ha perdido su valor, lo simbólico su poder de orientación y el adolescente actual difícilmente se iniciará en una experiencia de palabra donde poner en juego su falta.

La fragilidad del lazo en nuestra época tampoco ayuda a que el adolescente tome el riesgo de depositar en el Otro algo de valor agalmático, a que se establezca eso que llamamos transferencia. Malos tiempos para el amor (de transferencia). Malos tiempos para que el objeto tome cariz de perdido para un sujeto adicto a sus gadgets de los que difícilmente tolera desprenderse.

Pero, ¿por qué el campo de la Salud Mental (SM) parece prestarse hoy a ser un lugar donde intentar resolver cuestiones que conciernen a lo identitario? Asistimos a un fenómeno presente en las redes sociales y en el discurso de los adolescentes: “la romantización de las enfermedades mentales”. Series como Euphoria o películas como Joker me parecen muestras de una cercanía, del lado del goce, entre las nuevas generaciones y la experiencia del malestar. Se trataría, además, de un uso de los diagnósticos como etiquetas prêt-à-porter con los que identificarse.

El narcisismo se despliega hoy en el campo de la imagen. La cuestión para un adolescente consistiría en colgar en las redes sociales una imagen de sí mismo suficientemente interesante para recibir likes que avalarían esa imagen proyectada.

Cuando un adolescente acude a un psicólogo o un psiquiatra afirmando, por ejemplo, que él tiene un TLP, no espera otra cosa del profesional que su like, su aval diagnóstico de esa nueva identidad proyectada en la red de SM. El uso que hace actualmente el adolescente de esta red reproduce el funcionamiento de las redes sociales.

Nos enfrentamos a un problema que sobrepasa los límites de nuestras consultas, de la SM, del ámbito sanitario, educativo, familiar… En muchos de estos casos de adolescentes encontramos a todos estos ámbitos interviniendo…y todos, desbordados.

Vivimos en un mundo insostenible donde cada vez es más difícil vivir una vida humana de forma digna, y los adolescentes, con este modo de poner en juego su malestar, nos enfrentan a un problema que afecta al conjunto de nuestra civilización.

fjcepero@yahoo.es

Javier Cepero es socio de la sede de Granada de la Comunidad de Andalucía de la ELP.

 

Notas:

  1. Lacan, Jacques. El Seminario. Libro 2. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Paidós, Barcelona, 1983, p. 18.
  2. López, Rosa. El concepto de identidad desde la perspectiva psicoanalítica.
  3. Lacan, Jacques. El Seminario. Libro 1. Los escritos técnicos de Freud. Paidós, Barcelona, 1981, p. 104.