Del malestar al síntoma, tema de nuestras próximas jornadas, nos interesamos por el lugar que ocupa el diagnóstico en nuestra clínica y el uso que hacemos del mismo para la dirección de la cura.
En 1987 Jacques-Alain Miller desplegaba las coordenadas estructuralistas del diagnóstico en las entrevistas preliminares señalando la necesidad de “concluir, de una manera previa, algo respecto de la estructura clínica de la persona que viene a consultar”1. Planteaba la necesidad de concluir sobre el diagnóstico entre neurosis y psicosis –incluyendo las prepsicosis- a partir de la existencia, sí o no del Nombre del Padre, certificable con la localización del automatismo mental y los fenómenos elementales concernientes al cuerpo, al sentido y la verdad. Por otro lado J.-A. Miller ponía el foco en las zonas de confusión entre estructuras: entre psicosis e histeria a partir del sentimiento de extrañeza en el cuerpo; entre psicosis y obsesión a partir del carácter delirante del trance obsesivo. Y entre neurosis y perversión, a partir de la posición del sujeto respecto de su goce. Se trataba de una objetivación estructuralista, pero no sin la dimensión singular del sujeto: “La cuestión que se plantea es si hay o no un diagnóstico del sujeto”2, subrayada entonces por la localización subjetiva.
Una década después y de la mano del concepto de síntoma en la última enseñanza de Jacques Lacan, J.-A. Miller introdujo otra perspectiva diagnóstica, una perspectiva borromea, tal y como se desplegó en las conversaciones de Angers, Arcachon y Antibes 3.
Esa nueva perspectiva surge de las transformaciones del orden simbólico y la inconsistencia del Otro, que implica que el Nombre del Padre ya no es un nombre propio, sino un predicado, un elemento que funciona como un nombre del padre para el sujeto, y que deviene el principio que ordena su mundo. Ese principio es el síntoma que en tanto solución singular viene a anudar la estructura de cada parlêtre.
Desde entonces dos brújulas cohabitan en materia de diagnóstico: por un lado, una clasificación estructural que se refiere a categorías universales, y por el otro, la que apunta al síntoma en tanto lo más singular del sujeto y que hace equivaler síntoma y diagnóstico4.
La coexistencia y la dialéctica entre estas dos perspectivas, realista y nominalista, constituye un motor para nuestra investigación. Por ejemplo, las zonas de ambigüedad señaladas por Miller en 1987 se sitúan hoy en la tensión entre neurosis y psicosis ordinarias y nos obligan a una nueva precisión diagnóstica. Es así que Miller señala: “Una neurosis es una formación estable. Cuando no se siente que se tienen los elementos bien definidos, bien recortados de la neurosis, y que no se tiene fenómenos claros de psicosis extraordinaria, entonces se busca una psicosis… se deben buscar indicios más pequeños. Es una clínica muy delicada. A menudo una cuestión de intensidad”5.
De ahí las consecuencias para un afinamiento del concepto de neurosis y la necesidad de criterios para decidir su diagnóstico: Una relación con el NP –no un NP-; pruebas de la existencia de la relación con la castración, con la impotencia y con la imposibilidad; una diferenciación neta entre el Yo y el Ello, entre los significantes y las pulsiones; un Superyó claramente marcado6.
La clínica borromea no permite construir verdaderas clasificaciones pues de inmediato se ve afectada por el virus del inclasificable Russelliano. Pero sí responde a la lógica del funcionamiento singular del síntoma y es allí donde reside su potencia operativa. Nos permite construir algunas oposiciones y agrupaciones que son útiles para orientarnos en la clínica. Por ejemplo, oponemos los enfermos de la mentalidad –que dependen de la emancipación de la relación imaginaria- a los enfermos del gran Otro7. También nos permite constituir agrupamientos a partir de los registros RSI, tal y como se propuso en la conversación de Arcachon donde los casos presentados fueron clasificados “en cuatro clanes, cuatro inclasificables”: los inclasificables del síntoma, los del goce, los del cuerpo, los del Otro que no existe8.
Pero donde la lógica del funcionamiento sintomático muestra claramente su operatividad es en la articulación entre el diagnóstico sintomático singular y la orientación del tratamiento. De allí la importancia de un primer diagnóstico diferencial en las entrevistas preliminares. “Lo que orienta la clínica consiste en localizar eso que en determinado momento para un sujeto se “desengancha” en la relación con el Otro. Esta localización aclara, retroactivamente, el elemento que hacía de enganche para ese sujeto y permite dirigir la cura en el sentido de un eventual reenganche. Es una noción empírica que puede entonces revelarse operativa para la dirección de la cura”9.
¿Cómo leer los ínfimos detalles clínicos que dan cuenta de lo que cojea en el anudamiento? Pregnancia de lo imaginario, anclaje simbólico leve, extrañamiento entre el yo y el cuerpo, desenfreno pulsional fuera de discurso… el analista debe poder encaminar al sujeto hacia la singularidad de ese lugar, acompañándolo en ese descubrimiento. “Si el analista piensa a ese sujeto en la neurosis, el sujeto conservará su traje de neurótico, en el mejor de los casos no pasará nada, no podrá atraparse nada del inconsciente, en el peor, una interpretación tocará inoportunamente el anudamiento precario”10.
Buscamos entonces localizar en el diagnóstico aquello que daba estabilidad previa al sujeto. El punto verdaderamente interesante para la dirección del tratamiento es práctico. ¿Cómo hacer para que la evolución del sujeto sea más continua que discontinua? ¿Cómo evitar las crisis, los desencadenamientos, las escansiones? Y si muchas veces el sujeto se presenta en situaciones de crisis, desenganchado del Otro, del cuerpo y la palabra, es preciso un analista bricoleur que sepa hacer el par con el sujeto, para construir una transferencia orientada por el real que desborda, haciéndose punto de basta, destinatario y partenaire de la pulsión que ya no pasa por el Otro11.
Andrés Borderías es miembro de la ELP y la AMP.
Notas:
- Miller, Jacques-Alain. Introducción al método psicoanalítico. Paidós, Buenos Aires, 1998, p. 20. ↑
- Ibid., p. 30. ↑
- Miller, Jacques-Alain y otros. Los inclasificables de la clínica psicoanalítica. Paidós, Buenos Aires, 1999 y La psicosis ordinaria. Paidós, Buenos Aires, 2004. ↑
- Caroz, Gil.”Présentation du colloque Uforca 2024. Les diagnostics dans la pratique”. 2024. ↑
- Miller, Jacques-Alain. “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”. Freudiana, nº58, CdC de la ELP, 2010, p. 17. ↑
- Ibid., p. 22. ↑
- Miller, Jacques-Alain y otros. Los inclasificables de la clínica psicoanalítica. Op. cit., p. 319. ↑
- Ibid., p. 348. ↑
- Miller, Jacques-Alain y otros. La psicosis ordinaria. Op. cit., p. 18 y p. 227. ↑
- Miller, Jacques-Alain y otros. Los inclasificables de la clínica psicoanalítica. Op. cit., p. 203. ↑
- Miller, Jacques-Alain y otros. Los inclasificables de la clínica psicoanalítica. Op. cit., p. 342. ↑